sábado, 9 de abril de 2011








Mientras se pliega el cielo











[28 poemas de Carlos Mamonde]






















I.
Acaso soy un bosque de añejos negros árboles y
negra luz callada que enfatiza la noche. Yo soy
el extraviado en el centro del mundo.

Pero si, alta en el riesgo, fervorosa te atreves
al resplandor, la guerra, mi soledad bruñida... agua
de la hondura, aurora de lo incierto...
en el tinto boscaje, al pie del roble húmedo,
las trepadoras rosas hablarán de su enigma...

Estoy amenazado por el felino tiempo, la voraz melodía
que carcome las puertas...y  la ciega esperanza desprecia
como a una hierba inútil;...duermo
en gravedad, hastiado de mi forma,
la gravedad y el alba que engendrara tu asombro...

Haz que estalle el silencio que respiran las rosas
y que decline el miedo en tus ojos perfectos
y tu voz poderosa arrase la espesura...

Pero si, ebria de riesgo, fervorosa te atreves;
requiero tu lectura en el centro del texto:
tu voz que abra el sentido, el placer y el vacío
y vulnere penumbras y acaricie las frondas...
donde el bosque es el linde de una luz que devora
y el poema se embosca en su voz inhumana.






II.
Acaso el día es demasiado salvaje
para el frío relato del hombre
y el ardor de su lámpara estalla cicatrices
en  labios de la virgen la más bella

¿Acaso trae el día felices mapas,
redentora armonía en
su luz de gran pájaro?

Solo el viento presiente su memoria...
la carga con su sal, su voz airada, y
muerde el sueño del viäje...

entonces se iza el día como el morir  y
abrasa
ese sueño pueril,
la visión más amada...

el lujo ocioso de la consumación.




III.
Asido al corazón sobre el abismo, al viento
el alma, el ojo ensimismado...
veo la luz de nieve de la muerte, la luz, la única
trizada en los cristales, en el vértigo
con que nombras tu incitación al habla,
con que incitas al nombre
quemante de las cosas...

allí donde tú vives, allí donde no accede
mi historia, esclava por su penumbra ambigua;
allí donde el desuso de la pena...suave pendiente
donde el deseo oxida,
secretas simas de tu voz sin sombra y
expulsa de tu sombra a los esclavos:
abismos donde el camino cesa
y el tiempo acantilado nos arrastra...si
tu amor no estallara entre la bruma,

si tu amor no estallara y restañara
el agua del demonio allí en la poza...

Tú, la absoluta, sálvame:
desátame...y el eco de tu risa me desguace.








IV.
amanece: los dioses acuchillan y hieren y
asaetan preguntas que trizan y que ofenden;
ocultémonos ya: la vida está erizada de sueños y el aire
de deseo erizado; amada, que no escuchen
al deseo de vivir, los sueños del deseo...
que han abierto el infierno y
engañosas leyendas cuajadas de esperanza abaten
con sus filos

y los vientos del alba golpean nuestra casa
con clac-clac de muerte y alegría...entonces
te levantas y miras con tus ojos puros,
te yergues y preguntas, pueril, como
pregunta el fuego dónde morder al tiempo...

preguntas: ¿has oído al volcán de la solemne Historia
estremeciendo al viento, el pubis, la memoria?...
mírame, amado , ¿sabes que el amor y el infierno
son espejos de fábula?; ¿por qué duermes ahora
cuando la voz pregunta...por nosotros inquiere?

Por ti cuando, salvaje , falseaste ante los dioses:
“esa mujer ha muerto, zozobró entre mis fauces...”
para quemar su envidia y salvarme del cielo
que los jueves mancilla mi corazón abierto.

Por mí, hembra de tibio vuelo de naranja; tu joya,
la que emigra al simún, la borrasca, al clavel aterido...
al sitio donde pueden ser de cristal mis sienes,
ser de duda tus pechos, ser embriaguez tus ojos;
y ocultar mi respuesta: ...luz

luz alzada y mía.
No traicione tu boca nuestro mutuo destino,
no traicione mi lengua la paz que hallo en tu lengua...





V.
Inciertas madrugadas de la roída plata,
amarga brisa en  la ventana, un frío
de la muerte
y  nieve mira
y es el halcón... el sacre,
el neblí ominoso que
a tus pechos osa;
montes ignaros como la inocencia,
leves
cómo la certidumbre
que en los cantiles muere...
y,
en  tu estremecido pelo, una bandera negra
de sufrimiento súbito asevera y

clava entre los ojos la  verdad
de la muerte
el cirio por un mundo enfermo
la canción de una rosa por el tiempo arrasada...






VI.
Delante del espejo hay geometrías
y tras su simetría se derrama el deseo

y el río del deseo arrastra el caos
de la mujer y el hombre, de su sombra...
hacia ninguna parte, hacia la niebla ardiente
y la encía de herrumbre en triste carne

¿es posible pensar ante el espejo
la forma de la música, la ilusión de una historia,
su ingrávida intemperie, su abandono...?





VIII.
Plomo del horizonte, línea muerta,
allí su sien declina lo vivido
el pálido destino que el exilio
sobre las frutas atiza con el dedo

y la búsqueda urgente de mi sombra
entre los montes decae como el día

el arenal acecha con su tizne y
el temblor de la luz se escarcha y muere.






IX.
Caído en la memoria y el olvido
el árbol y mi cuerpo y sombra de ambos
se niegan al rocío de la pena
y eluden del tiempo su destajo

vana lágrima canta en el ramaje

y en el valle niebla
niebla
y amortaja.







X.
Mirar la vena lenta, el arduo río,
sin rencor ni nostalgias, sin ya pánico
ni escandalizado corazón por su cinismo:
si tanto prometió, tanto ha incumplido
la sombra más jovial, la ya caduca
y gélida promesa de los días...

la carne va cumpliendo la sentencia
que ignora el sinsentido...
y nada importa ya: el mar es ciego
y el ruido de la lumbre oro tedioso

arde el amor inútil en su fiesta
de pena y de ceniza y de voz yerta...

harapos de los perros la alegría...






XI.
Yo he sido aquel que en la niebla vio luces
y en tus huesos la música de oro que traías
al alba de tus sueños de miel alucinante...

traías de una playa que exhumas de la nada
de historias de temblor que tu deseo alza.

He visto entre la niebla tu corazón en brasas
quemando los estratos de infierno y de hojarascas.

Y en el año terrible del síncope del mundo
el agua de tu alma bautizó las palabras...




XII.
Después del amor
dignísima
tornas la página

recién venida eres
de risas que purifican
el peso del ánima y el ojo
cansado de los romos años
bajo un toldo de añil  cielos inhumanos...


de nuevo hierba fresquísima
parece tu cabeza renacida
del torpe abrazo mío
la más alta alabanza de carne peregrina

que mi aullido sacude y
te arranca del tiempo...







XIII.
Acaso si en precario
escribimos las horas,
así nos sepultamos en un agua de ausencia
a la espera del alba que nos llame
y destruya
como historia de polvo
y de violencia honda

y del corazón euforia
y del alma certeza
jamás recuperar
del tiempo que extravía...






XIV.
Como agua y oro arde la luz
ardiente
fluida lengua
voz que desmiembra

y abrasa en toda cosa y
en labios abrasados mata
su soledad callada

ya la vencida sombra cae

ya labios de luz muy amorosa
queman la niebla de mi boca
abren la noche de mis ojos



XV.

Mi miedo es el misterio
la palabra escondida
en la flor de tu cuello

porque transitas queda
el caracol del tiempo
con una voz sonriente
que es tu coraje izado
ante el trueno y la muerte

si bebiera tu alma a sorbos de agua pura
moriría mi miedo
de toda muerte a salvo.




XVI.
Tiene de tu cuerpo
la gravedad el día

donde mi vida embate
por la sed de tu alma

donde el dolor decae, allí
tu paraíso

donde la palabra se abre, allí
tu música de miel humana

...por la sed de tu sombra
existo, me debato,
crispo
la flor azul
la lluvia clara.





XVII.
Oyendo  las tormentas

El recuerdo del amor aún crepita
ardiente zarza en la fronda del pecho

como deseo como piedad como deseo
la emoción de tu piel el tacto, espanto, y

pasa  y pasa el tiempo...se enajena del alma
se derrama
en aterido río detenido
y sigo andando la nostalgia oscura
oyendo tempestades como lágrimas:

...pongo la cena para ti
joven nocturna, muerte, acompaña mi obsceno
corazón y
tienta
en tu cuello mis besos y mi euforia

ya no cabe escribir ya sólo cabe
un llano desvivirse en el ovillo,
orando, recordando, orando
los amores perdidos

En laguna de amor yace la vida
y en la tormenta lívida es más lívida...







XVIII.

Si acaso la luz tiende su agua clara
sobre la casa
el prado
tu frente de narciso

cuando caen las horas
luz de enigma olorosa

si la luz se arrebuja
en torno a tu garganta
de luna desceñida

fidelísimos cielos
tus ojos me arrebatan...





XIX.
Un cielo de rodillas
decae entre montañas

y es tu fiebre
un jardín aterido
del corazón
vano refugio

leve tormento fiebre...
en tu mirada
el color del invierno.


XX.
En el peldaño de la tarde
el ansia alza sus anclas

tiembla

el alma
entre la trampa
del voraz pensamiento...






XXI.
En este mundo viejo y ya tan pobre
se oculta una vena de verdad
un tesoro fatal para los tristes
el río ardiente que da sed

tiembla en la vega más allá del crimen
una brizna de lujuria perseguida
la única práctica negada y subversiva

sé por tus mapas que abres el sendero
a quien te besa y contigo se aparea...








XXII.
Cita en mitad del siglo

Hay una cita en mitad del día
hay una cita en la fiesta de la noche...
hay un relámpago ambiguo que te mira
desde el agua cruenta de unas pocas ventanas

y una nostalgia de lo nunca sido
y de lo violentamente arrebatado

escucha respirar la incertidumbre,
perro abatido por óptimas navajas,
que luce esperanza en sus pupilas:

no hay un texto más triste que mi sangre
ni música perdida que tu gracia...





XXIII.
Fracasa el vegetal en su frescura,
tan pariente del agua,  de la luz, la victoria;

y el amor se corrompe en las estancias
donde la bronca siesta de la muerte
alza su música de lengua sometida
su dulce claustro de sombra ineludible...

y el tiempo, más triste que tus tristes ojos,
retuerce los herrajes con ternura
y lanza batallas numerosas
a la tibia confianza de los cuerpos.




XXIV.
Noche,
         nocturna,
                   mancha...
En tu extinción sin cara,
se repite ese ritmo que enmascara los días...

y es una riada de dolor lo oscuro
de las voces quedas y los años, flecos
que los jueves se estancan y extravían
de noches rezagadas, de memoria
y deseos que degüella el alba
obscena de presagios, pies desnudos, mendacidad
dorada de la fuga...




XXV.
Sólo la fuga es la heredad del hombre,
sus flores de azar y de delirio...,
la unción extrema de una canción absurda
en los labios del cómplice y la víctima

anzuelos de oro son tus pechos firmes
para librarme de la corriente yerta
donde lo agrio su tormenta fluye...

desnuda del poder y el sinsentido
vuelve tus ojos un instante sólo
sobre el texto harapiento, vana lluvia,
donde intento anclar mi nadería...

vuelve tus ojos y tu amor que espanta
el yerro de mis pasos, la esperanza...





XXVI.
No alcanzaré tus ojos que me otean
y pasan a mi lado por el filo, bosque de angustias,
jardines humillados por la ira, ciudades
absortas en lo estéril...

no miraré tus ojos si me niegan

¿acaso no he deseado tentación y relámpagos;
deseos suficientes y rebeldes y
yacer en ti misma, en tu sangre de pavor y de ángel,
de modo que el abrazo blasfemara...?

ya comprendo que el amor ha caído
en el texto siniestro de los sacerdotes...






XXVII.
Ya todo se ha vivido y la ebriedad del alba
rezuma su silencio domado de vacío...

eres fruto terrible de lo maravilloso,
aunque bocas de sombra murmuran al oído:
         no ocultes ya tus ojos a la caída y piensa
                   que si una extraña tuvo el fulgor de tu historia
                            amó el agua de pena no el viento de tu risa...
y ausculta tu reflejo como auscultas la sístole
que es la noche en tu noche y apacienta los días

ya todo se ha vivido y la ebriedad del alba
rezuma su silencio, domado y casi ciego,
en las casas vacías de los nombres perdidos;
que quemaron su escándalo y albricias de frescura
y  nubes de sus senos...
y huesos musicales,
su emocionante gloria:
hoy apenas arena entre hiel y rutina
         Eres fruto terrible de lo maravilloso:
                   consuela los vestigios de lo sido y lo tibio;
                            de la vana promesa, de los ecos del eco...
que derrotan del sueño su falsía y su fuego





XXVIII.

Bebe la intemperie el cielo
y come la montaña; todo sitio
donde el hombre sueña

bebe el hueso la piel con su premura,
bebe al deseo y al desborde vano
del día en la hermosura y en su pánico...

y a la límpida y vacía luna
bebe su luz, donde el deseo implora,
donde la boca dice su embriaguez sonora
y al silencio donde el verbo anuda
su baladí misterio de lo ciego

bebe la intemperie ese vacío:
cielo donde la carne husmea
la arena enferma de la luna muerta...

© carlosmamonde